La pequeña criatura de un mes de vida hacía ruiditos, mientras
su cunita se movía al ritmo de una nana. La cunita había sido diseñada con un
enchufe para que se moviera por sí sola mientras sonaba un recital de diez
nanas completas, a las cuales, se podía ajustar el volumen.
Jodie abrió un ojo, mientras el otro permanecía pegado.
— ¡Hora! - el despertador de la mesilla le contestó: «las ocho cero cinco». — ¡Luz! - las luces del techo se encendieron, cegándola momentáneamente. Se acercó a la cunita y vio a Georgia comiéndose la mantita que la tapaba como si fuese lo más sabroso del mundo.
Su coche tenía
forma de huevo. Posó el pulgar sobre una placa metálica en la cerradura del
coche y se abrió cómo impulsado por un muelle. Se abría con su huella dactilar
y reconocía su voz, que era cómo cumplía órdenes. Se cargaba a través de un
cable que iba desde el interior del coche a su móvil, recogiendo la carga solar
que este recibía.
Aparcaba solo,
cosa que Jodie agradecía infinitamente. El parasol retráctil de su lado no
tenía ninguna función extra, pero el que llevaba Georgia, el espejo de cortesía,
se convertía en un monitor si ella se lo pedía.
Cierto era que no
tenía un gran maletero trasero, pero llevaba equipados en los laterales del
coche, un compartimento para pequeñas cargas. Compras, pequeñas bolsas de
viaje, etc… lo tenía todo en un espacio no mucho más grande que la palma de su
mano.
Llevaba un mes sin
pasarse por su despacho. Leire había mantenido en su ausencia la oficina
impecable, tanto a la vista, como los papeleos, las citas y demás cuestiones.
Jodie entró
tirando del carrito de Georgia, la cual sonreía de oreja a oreja.
—
Jo, - así es cómo
solían llamarla — la ojos de sapo - dijo Leire, abriéndose los ojos con los
dedos índice y pulgar — te espera en tu despacho. ¿Quieres qué me quede con
Georgia?
Ojos de sapo, ó
Martina Sáenz, cómo se llamaba en realidad, era la mujer de un conocido juez.
Hacía tres años, Jodie había llevado el divorcio de su hijo, Dorian, que era el
hombre más mujeriego del planeta, pero también el más atractivo.
Jodie sintió un escalofrío
por toda la columna sólo de pensar en él.
—
Buenos días, ojos
de…Martina - se corrigió a tiempo.
Martina le dio un
par de besos sonoros en las mejillas, sin llegar a rozarla en realidad.
— ¡Benditos los
ojos! ¡Qué guapa te veo! Te sienta bien la maternidad y también el divorcio. Jodie se puso
blanca como la tiza. — ¿Cómo llevas tantos cambios?
— Bien. Los cambios no tienen por qué ser malos.
—
Ha debido ser un
golpe duro saber que tú marido es…ya sabes, gay.
— Al principio
cuesta asimilarlo. Y ¿cómo estáis vosotros, Martina? - quiso cambiar de tema.
— Nosotros muy bien.
En realidad, vengo en nombre de toda la familia. Queremos regalarte un viaje.
Saúl y yo tenemos un precioso hotel rural en Asturias, cerca de Muniellos.
Tienes dos semanas de gastos pagados. Si dices que no, me lo tomaré como un
insulto. Bueno y ahora te dejo, he quedado con unas amigas para tomar el vermouth.
—
Te acompaño. - la
siguió hasta la salida. — Gracias por el regalo, Martina. - gritó Jodie desde
la puerta, mientras veía cómo “ojos de sapo” se alejaba.
—
Cógete vacaciones.
- le dijo a Leire. — Vete con Cameron a algún sitio. Yo voy a hacer lo mismo.
Voy al despacho a hacer una llamada y nos vamos.
Al entrar en el
despacho, cerró la puerta y cogió el móvil que estaba sobre la mesa. Dijo en
alto el nombre de Jesús y el móvil hizo su trabajo.
—
¿Sí? - la voz
adormilada de Jesús sonó en la otra línea.
—
Hola, Jesús. -
tragó saliva.
—
Hola, cariño. - saludó
con dulzura.
Aquel cariño fue
como una patada en pleno estómago.
—
Oye, hoy es
nuestro día de visita. Te acuerdas, ¿verdad?
— En realidad te
llamaba para hablarte de eso. ¿Puedes quedarte con Georgia un par de semanas?
Se quitó las lágrimas de los ojos, se peinó con los dedos, cogió su bolso y la chaqueta colgada del perchero y salió del despacho, sonriente.
—
Tienes esa cara. -
dijo Leire.— ¿Qué cara?
—
La de odio a mi ex
y a su novio.
Vivía en un chalet
en Pozuelo de Alarcón, que les había costado al casarse doce millones y medio
de euros. Con mil seiscientos treinta y un metros cuadrados.
Cuando terminó de
recomponer lo mejor que pudo la maleta de Georgia, sonó el timbre de la verja.
— Jodie, somos
nosotros. ¿Puedes abrir las puertas del palacio?
Jodie pulsó el
botón. Se miró en el espejo de la entrada, atusándose el pelo. Pero, ¿para qué?
Oyó las puertas
del coche de Jesús cerrarse y unas
pisadas por la gravilla, acercándose.
Abrió la puerta
antes de que sonase el timbre. Las manos de Jesús y Julián estaban entrelazadas.
—
Hola, preciosa. -
dijo Jesús, dándole un beso en la cara.
—
Hola, Jodie.
Pasaron dentro,
pero Jodie no cerró la puerta.
—
¿Cierro? Se está
levantando aire. — No, no os quedaréis mucho, supongo.
— No, claro… ¿Dónde está Georgia?
— Preparada en su carrito. Cuando salgáis, cerrad la puerta.
Se despidió de
Georgia con dos largos besos en sus rosadas mejillas. Subió sin despedirse de
la parejita de novios.
Ya en su
habitación y justo antes de que cerrasen la puerta, oyó hablar a Julián.
—
Me odia. ...
Con esto termina
el post de hoy. Espero que os haya dejado un buen sabor de boca. ¿Os ha sabido
a poco? Seguid a la espera de nuevos avances.
Quiero recordaros,
que lo que aquí comparto con vosotros, no es todo el capítulo en sí mismo. Lo
mejor se hace esperar…
Miles de besitos...
💜 💙 💚 💛 ¡Hasta pronto, seguidores! 💛 💚 💙 💜