Lo primero de todo pido disculpas por haber estado
ausente tanto pero tengo unas razones poderosas, que por cierto, os van a
encantar. Como adelanto, os cuento que este será el último avance de capítulo
de esta novela y en próximos posts os iré desvelando nuevas sorpresas.
Ahora os dejo disfrutando con este nuevo y último
avance.
Ya era noche cerrada, pero eso no les impidió ver
el color verde césped del hotel.
—Muy colorido –apuntó Dorian, enarcando una ceja.
Cansados, y cada uno con su dolor particular,
subieron al ascensor al segundo piso, donde el recepcionista les había alojado.
En el dormitorio, los besos de Dorian se quedaron a
medio camino por los ronquidos de Jodie.
Dorian se levantó sin hacer ruido, caminando
descalzo por el suelo. Encendió la luz del baño, y haciéndose una visera con la
mano, entrecerró los ojos.
Al acercarse al inodoro, una luz verde en la tapa
se encendió. Si lo hubiera sabido antes, no habría encendido la luz.
Hacía más de diez horas que no echaba una meada en
condiciones, ¿y, por qué hacerlo de pie, cuándo tienes un váter con lucecillas
de colores? Aquello le recordó al vestido que llevaba Jodie en su primera cena
juntos. Su primer beso bajo la luz de la luna, su primera noche de sexo, de
increíble sexo.
Cuando acabó, un chorro de agua caliente le roció
el trasero. ¿Ahora se suponía que debía secarse con papel? Tiró del rollo de
papel y al girar el eje sonó una grabación que duraría seis segundos, y decía:
“Hazlo rápido y con cuidado. Te dejaré bien limpio”. Definitivamente no le
gustaba. Necesitaba una ducha.
Abrió el grifo, retirando la mano rápidamente, y la
ducha se iluminó de color rojo intenso.
—Joder, ya estamos otra vez con las lucecitas.
¿Dónde coño están las instrucciones?
Se metió sin pensar, ahogando un grito de dolor
cuando el agua le quemó la piel.
—Vale, el rojo debe significar que quema –dijo sin
aliento.
Buscó con la mirada algún bote de gel o champú.
Encontró un jabón de dos colores. En la parte de color negro, ponía arse,
“culo”, y en la parte de color blanco ponía face, “cara”. Lo dejó caer con
asco.
—¡Mecagoen…!
Salió intentando no resbalar con el jabón
culo-cara, y cogió una toalla rosa fucsia.
—Lo que me faltaba…
Ya seco y oliendo a…no se sabía qué, se metió entre
las mantas, abrazándose al cuerpo de Jodie.
Lucía estaba tumbada. La cama era cómoda y blanda,
y hasta tenía una manta.
La ventana cerrada, carradas las persianas y
cortinas. La luz estaba apagada. El interruptor no funcionaba, ya lo había
probado. Estaba sumida en una completa oscuridad. La oscuridad nunca le había
importado, y ahora temblaba como un cachorrillo herido con cada ruido de pasos.
La situación en realidad no era tan mala. Rezaba
para que todo se acabase pronto y no enterarse del último golpe.
Cuando sus ojos empezaban a abandonarse al sueño,
volvía a sonar esa maldita canción, que ya había traducido en su mente catorce
veces. La estaba volviendo loca.
Quería buscar bajo su cama los monstruos de los que
hablaba la canción, pero estaba a oscuras. Siempre a oscuras.
Sabía que los monstruos estaban ahí fuera, pero
pronto entrarían, y como decía la canción, se la comerían viva.
No la dejaba dormir, ni comer, y se había orinado
encima tres veces. ¿Así moriría? ¿Cuánto tiempo duraría cuerda? Otra vez la
canción.
El sol aún no había salido, pero la poca claridad
fue suficiente para inquietar a Jodie. Ella seguía en la cama, mientras su hija
estaba a menos de un kilómetro, esperándola.
Se quedo mirando al techo, intentando ordenar sus
ideas. No podía esperar más. Necesitaba saber si Georgia estaba bien.
Se vistió en la oscuridad sin saber si los
calcetines que había cogido a ciegas de la maleta, eran suyos o de Dorian, o si
incluso eran del mismo color.
Se quedó quieta, en silencio, con la respiración
entrecortada. ¿Qué debía hacer? No sabía cómo funcionaba, o si sabría
utilizarla, pero, ¡qué demonios!, seguro que en un momento de necesidad, no
fallaría.
Cogió el arma de su padre, y se lo acopló entre la
cinturilla del pantalón y el hueso de su cadera.
Miró a Dorian, mientras su pecho subía y bajaba con
su suave respirar, y se marcho.
Caminó concentrada en cómo abordaría la situación,
en qué les diría si los encontraba.
Finalmente se adentró en el bosque.
Dorian se despertó desubicado.
Miró el lado de la cama donde Jodie había dormido
junto a él. Estaba vacía.
Miró en el baño. Igual de vacío.
La maleta estaba abierta y desordenada. ¿Había
salido sola?
De repente se puso a temblar de rabia y de miedo.
Se puso de rodillas en el suelo y buscó el arma con
la mano.
“Menos mal”. Pensó, respirando de nuevo. La caja
estaba ahí. La abrió por simple curiosidad. Su cuerpo volvió a inundarse de
terror y sus músculos se tensaron. Tiró la caja al suelo, soltando improperios.
—¡Joder! –gritó.
Salió abrochándose el botón del pantalón y llamó
sin miramientos a la puerta de Jesús y Julián.
Cinco minutos después, tres hombres corrían en
dirección al bosque.
Jodie oyó unos gritos a lo lejos. Sacó el arma y
apuntó en todas direcciones, y en ninguna en concreto.
El pulso le temblaba, y sin soltar el arma, se secó
con una mano el sudor de la frente.
Pensó en volver por donde había venido, pero estaba
tan cerca…lo presentía.
La voz pedía socorro. Rogaba.
Jodie caminaba hacia la voz, mientras las ramas del
suelo crujían bajo sus pies.
Los siguientes gritos hicieron que a Jodie se le
cayera el arma. Sin dejar de vigilar sus espaldas, la buscó a tientas entre las
hojas del suelo.
No muy lejos, distinguió tres cabezas. Una de ellas
sobresalía más que las otras dos.
Se agachó y se quedó oculta tras unos árboles.
Pudo ver una cuarta persona, arrodillada en el
suelo, con las manos atadas a la espalda.
Una mano le agarró del pelo y la arrastró por el
suelo hasta que sus ojos quedaron frente a frente a…
Jodie gritó y arañó los brazos de su agresor, el
cual chilló y golpeó a Jodie en la cara, haciéndola sangrar por la boca.
Estaba de rodillas, al lado de la mujer maniatada.
Al principio le costó reconocerla por el ojo hinchado y la nariz rota.
Su cuerpo empezó a temblar de miedo y rabia, y
escupió la sangre acumulada en su boca.
—¿Qué le habéis hecho?
—Se ha resistido.
Jodie sacó el arma y apuntó sin saber hacia dónde,
pero ellos levantaron las manos. ¿Rendición? No, no podía ser. Ellos no se
rendirían tan fácilmente.
Oyó la voz de su madre en su cabeza. “Solo hay una
bala. Úsala bien”.
No se dio cuenta que alguien se acercaba a sus
espaldas con la culata de una escopeta lista para atacar.
Oyó algo crujir en su cabeza cuando cayó al suelo,
pero fue inevitable que su dedo apretase el gatillo, llevando el sonido de la
muerte en el aire.
Como siempre, con muy buen sabor de boca, aquí me
despido hasta el próximo día!!!.
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